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Acercarse

Las dos cabañas se han ido aproximando lentamente en los últimos meses, tímidas, de tal forma que la estructura que veía al otro lado del valle ahora ha pasado a estar a unos pocos metros. El movimiento ha sido algo consentido por ambas partes, como el de dos desconocidos que se aproximan recogiendo al mismo tiempo los metros de cuerda que los separan. Estos últimos días la dueña de la otra cabaña, Meredith, ya no se atreve a entrar en su casa y pasa las horas en el porche, y yo hago lo mismo por no parecer un mal vecino. Hace unos días me trajo un vaso de té helado y nos presentamos y desde entonces pasamos el rato hablando de nuestros hijos, manías y achaques, y también hemos bromeado sobre si deberíamos dormir al raso para darles un poco de intimidad a nuestros tortolitos. No soy un experto en estos temas porque, al fin y al cabo, construí esta cabaña con Judy cuando éramos jóvenes, con más sudor que conocimiento, pero dudo de si las estructuras aguantarán en pie al entrar en contacto. Además, la madera ya es vieja y la casa de Meredith está algo combada.

Y mientras las dos cabañas se acercan sin remedio, la tumba de Judy sigue donde la enterré, en el mismo lugar de la colina en el que antes estaba nuestra cabaña. Hasta allí me desplazo haga sol o llueva, alargando unos pasos mi trayecto diario. Está a más de kilómetro y medio ya. Hoy le he pedido perdón a Judy y todo porque, maldita sea, calculo que deben de quedar treinta metros entre puerta y puerta. Veinte quizá.

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