Por fin había encontrado algo bueno, muy bueno, y lo aprovechaba para sacudírmela frenéticamente, con un ojo puesto en la novela y el otro en la puerta de mi despacho. El rastro sinuoso me había llevado hasta el cuartucho de aquella tal Trix Miranda y después hasta sus bragas, y la estaba lamiendo de arriba a abajo cuando, ahogando un grito de culpa, me corrí entre las páginas 43 y 44. Mientras aguzaba el oído para adelantarme a la visita inesperada de algún compañero, limpié la escena, me peiné y coloqué otro pañuelo en el bolsillo de mi americana. Luego anoté aquellas páginas en el registro y catalogué el libro como correspondía, sobre la pila de ejemplares censurados. Cogí otro para empezar a revisarlo, aunque no recuerdo apenas nada de él, solo el aroma a sábanas sucias que tardó meses en abandonar el despacho.
(Relato que llegó a las deliberaciones finales en la categoría de castellano en la convocatoria de abril del Micro concurs de la Microbiblioteca)
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